lunes, 3 de octubre de 2011

Vértigo, de W. G. Sebald


     En aquella casa, el verano era denso y los pasos por el largo
pasillo que conducían a las habitaciones, interminables. A la hora
de la siesta, yo me internaba en el cuarto ahuyentando mi falta
de identidad; hasta los olores me eran ajenos y confirmaban mi
situación real de extraña para ellos. En esas horas de languidez y
sopor, cuando las chicharras han acabado con el símbolo 
placentero  del verano, abría  mi libro y me dejaba llevar por
inquietantes frases ya subrayadas, para después repetirlas hasta
con cierta dulzura compartida, como un mantra justo al límite de
la ensoñación: “El doctor K. sabe que en esta ciudad hay un ángel
de bronce que acaba con la vida de los viajeros procedentes del
norte y ansía marcharse con todas sus fuerzas”.

Eso es Vértigo de  W. G. Sebald.

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