martes, 31 de mayo de 2011

Justine, de Lawrence Durrell

En todo tiempo "hay" que leer "ciertos" libros. El Cuarteto entero, no; pero el primero de ellos, por ejemplo en la edición de arriba, era casi obligado en los ochenta. Los más entusiastas terminaban los otros tres, la mayoría paramos en éste, al tiempo que comparábamos con el Henry Miller de El Coloso de Marusi o el Kavafis que tradujo José María Álvarez. Era lo que tocaba. Aquellas ediciones están ahora semiperdidas, comidas por el gusano de los libros, en dobles filas, tal vez en el trastero; pero ocurre que los libros no tienen una sola vida, sino muchas, tantas como lectores y tantas como oportunidades les demos. La pasión de un lector o, en este caso, una lectora, nos espolea y motiva. Podría ser una opción para el verano felizmente tan próximo.

10 comentarios:

Christine dijo...

" Pienso a veces que aprendí más de él que de toda la filosofía. De haber sido un hombre religioso, su exquisito equilibrio entre la ternura y la ironía lo hubiera llevado a figurar entre los santos. Por elección divina no era más que un poeta, muchas veces desdichado, pero frente a él se tenía la impresión de que apresaba cada minuto en su transcurso, y lo volvía del revés para mostrar su lado mejor. Gastaba en vivir lo más profundo de su ser. Muchos hombres mienten y dejan que la vida pase por ellos como los chorros de agua tibia de una lavativa. A la proposición cartesiana: "Pienso, luego existo", oponía una proposición personal, que podría enunciarse así: "Imagino, luego estoy en la realidad, y soy libre."

¿No es suficiente esta apreciación sobre Kavafis en Justine para lanzarme al abismo?

benariasg dijo...

Está muy bien lo de Kavafis, aunque no se opone a Descartes, creo yo. Imaginar es un modo del pensamiento, según Don Renato.

De todos modos, tienes que hablarnos un poco más del libro, yo lo tengo muy muy difuso.

Christine dijo...

Este es el fragmento, en las primeras páginas, con el que me dije: -Cristi, "hay" que leerlo hasta el final:

Esos momentos son los que colman al escritor, no al enamorado, y perduran para siempre. Podemos evocarlos cuantas veces queramos o utilizarlos como fundamento para construir esa parte de la vida que es la tarea de escribir. Se los puede corromper con palabras, pero no destruir. Recuerdo otro momento semejante:

Christine dijo...

yo tendido junto a una mujer dormida en un cuartucho, cerca de la mezquita. En aquel amanecer primaveral, impregnado de rocío dibujándose en el silencio que inunda la ciudad antes de que despierten los pájaros, me llegó desde la mezquita la dulce voz del muecín recitando el Ebed: una voz suspendida como un cabello en lo alto del aire de Alejandría que las palmeras refrescan: "Alabo la perfección de Dios, el Eterno" (esto repetido tres veces, cada vez más lentamente, en un registro agudo y puro). "La perfección de Dios, el Deseado, el Existente, el Singular, el Supremo; la perfección de Dios, el único, el Solo; la perfección de Aquel que no tiene compañero ni compañera, ni nadie que se Le parezca, ni Le desobedezca, ni Le represente, que es
sin igual y sin descendencia. Celebremos su perfección."
La admirable plegaria, como una serpiente desplegando sus anillos de palabras resplandecientes, se abre paso en mi conciencia dormida -la voz del muecín va hundiéndose en registros cada vez más graves- hasta que la mañana entera parece grávida de su maravilloso poder curativo y los signos de una gracia inmerecida e inesperada invaden el cuarto destartalado donde yace Melissa respirando levemente, como una gaviota, mecida por los esplendores oceánicos de una lengua que no conocerá jamás.

Tomás Cuesta dijo...

Era bueno estar allí desmañados, un poco tímidos, respirando agitadamente porque sabíamos lo que cada uno esperaba del otro. Los mensajes se transmitían prescindiendo de la conciencia, por la pulpa de los labios, por los ojos, por los sorbetes, por el tenderete abigarrado. Permanecer allí alegremente, tomados de los meñiques, bebiendo la tarde profundamente olorosa a alcanfor, como si fuéramos parte de la ciudad...


"Con una mujer sólo se pueden hacer tres cosas", dijo Clea en una ocasión: "Quererla, sufrir o hacer literatura." Yo me sentía incapaz de esas tres formas de sentimiento.


Esos momentos son los que colman al escritor, no al enamorado, y perduran para siempre. Podemos evocarlos cuantas veces queramos o utilizarlos como fundamento para construir esa parte de la vida que es la tarea de escribir. Se los puede corromper con palabras, pero no destruir. Recuerdo otro momento semejante…


Nos despedimos sin decir palabra, en la plazoleta con sus árboles moribundos que el sol había abrasado hasta darles el color del café; nos despedimos mirándonos tan sólo, como si cada uno hubiese querido grabar para siempre su imagen en la memoria del otro.


Sueño con un libro tan intenso que pudiera contener todos los elementos de su ser, pero no es el tipo de libro al que estamos habituados en estos tiempos. Por ejemplo, en la primera página, un resumen del argumento en pocas líneas. Eso nos permitiría prescindir de toda articulación narrativa. Lo que siguiera sería el drama liberado de las ataduras formales. Mi libro quedaría en libertad de soñar.


¿Acaso no depende todo de nuestra manera de interpretar el silencio que nos rodea?

Tomás Cuesta dijo...

Kavafis, Henry Miller, Durrell, Moccia...

Me quedan pocas dudas: aquí laten dos blogs en uno.

Item más: El mundo se ha olvidado de Sexus-Plexus-Nexus, aunque circunstancialmente podamos echarle un brevísimo vistazo gracias a Midnight in Paris.

En el mundo ahora lo que se lee más bien es a Strauss-Kahn, pálido simulacro de Alfred Dreyfus. Y sin un Zola.

benariasg dijo...

"Todo hombre está hecho de barro y de daimon, y no hay mujer que pueda nutrir a ambos" [Del Diario de Justine]

Mmmm. Como he leído en algunas camisetas: "?"

benariasg dijo...

"A veces me pregunto quién inventó el corazón humano. Dímelo, y muéstrame el lugar donde lo ahorcaron". (pág. 137).

Christine dijo...

Necesito contextualizar la frase que menciona un término tan ambiguo como el de daimon.
Para interpretarlo hay que enmarcalo en la tradición judeo-cristiana y hay que dirigirse a la kálaba y las interesantes apreciaciones sobre este tema que hace Umberto Eco en "La búsqueda de la lengua perfecta". O bien echar un vistazo a la evolución de este vocablo desde los griegos y la utilización que de ella han hecho los filósofos. O dejarnos llevar por la exótica mezcla cultural que presenta Alejandría en Justine y repasar el Corán donde los hombres están hechos de barro y los djinn (o genios) de fuego ardiente.

benariasg dijo...

Sí, interesante lo de los djinn, los genios, la inspiración... Todo eso me suena de Heráclito, que también se cita en la novela. Mi "?" era porque se atribuya sólo a los hombres la mezcla (¿las mujeres no son también un compuesto de alma y cuerpo?) y luego que se afirme tan rotundamente (que lo haga Justine) que no hay mujer que pueda nutrir ambos aspectos de los hombres... En fin. De acuerdo en la primera parte de la frase, no en la segunda. Sin embargo, tiene sentido por el lado trágico del personaje.