domingo, 17 de octubre de 2010

Blanco nocturno, de Ricardo Piglia


Tony Durán, nacido en Puerto Rico, educado como un norteamericano en Nueva Jersey, fue asesinado a co­mienzos de los años setenta en un pueblo de la provincia de Buenos Aires. Había llegado siguiendo a las bellas hermanas Belladona, las gemelas Ada y Sofía. Las conoció en Atlantic City, y urdieron un feliz trío hasta que una de ellas, Sofía, desertó del juego. Y Tony Durán continuó con Ada, y la siguió a la Argentina, donde encontró su muerte. A partir del crimen, esta novela policíaca muta y se transforma en un relato que se anuda en arqueologías familiares, que combina la veloz novela de género y la espléndida construcción literaria. El centro luminoso del libro es Luca Belladona, constructor de una fábrica fantasmal que persigue con obstinación un proyecto demencial. La aparición de Emilio Renzi, el tradicional personaje de Piglia, le da a la historia una conclusión irónica y conmovedora. Ricardo Piglia se confirma, incontestablemente, como uno de los escritores mayores en lengua española de nuestro tiempo. [Web de Anagrama]

En la Biblioteca:
Ricardo Piglia: Blanco nocturno. Anagrama (N PIG bla)

14 comentarios:

benariasg dijo...

Mientras transcurre el plazo de lectura de Tabucchi, o mientras nos llega el libro, vamos con esta novela de Ricardo Piglia. Abro sección nueva de "Lecturas" para incluir tanto las del grupo de lectura como las relecturas que propone Pablo o los libros que nos gustaría comentar con los demás.

Christine dijo...

Blanco nocturno es un punto de luz en una noche oscura, el punto que te deja perplejo, ¡qué novela negra ni que ocho cuartos! ¡Va mucho más allá!. O yo he puesto muchas expectativas en el libro o Piglia se está todavía muriendo de risa de las preguntas tan banales que le han hecho desde su presentación.
Encuentro dos partes muy diferenciadas:
Una primera, basada en su estructura (la de novela negra clásica) tomando como punto de partida a un protagonista muerto anunciado y el sistema del análisis de la realidad para dar con el culpable. Y ya todos picamos para leer y averiguar por qué asesinaron a Tony.
La segunda parte, condumio real de la novela, es la que más me gusta y me disgusta: ahí están las sombras tan largas y tan abyectas que proyectan algunos de sus solitarios personajes. Ya lo dijo Albert Ehrenstein “Todo es real menos el mundo”. Y hasta aquí puedo contar...

benariasg dijo...

De acuerdo con Cristina, pero a mí sí que me ha ganado Piglia sin reservas para los suyos con esa segunda parte. Nos maneja a gusto, nos ofrece trama digerible al principio para meternos luego esas cien páginas completamente revolucionarias y asombrosas. Empieza como policiaca, pero termina como un Kafka postmoderno, un Bernhard faulkneriano o qué sé yo. Qué descaro, cómo se aprovecha de la fluidez anterior para largarnos un montón de notas a pie de página, reflexiones, informes, fragmentos de diario, libro de máximas, relato judicial, pequeños ensayos y de fondo ese meta-símbolo de la fábrica hecha arte.

Me reservo alguna crítica, que dejo para más adelante, a ver si Ignacio se anima a tratar este tema de lo experimental en la novela y Cristina nos sigue contando.

Ignacio dijo...

Blanco nocturno me ha dejado confuso. Probablemente es lo que Piglia pretende conseguir de sus lectores, pero no estoy seguro (confusión) de que me resulte agradable la sensación.Puede ser una novela instructiva por la miscelánea de textos que, como señala Benito, nos endosa; por la mezcla de géneros, de puntos de vista, de habla gauchesca con discursos de economía, filosofía, jurisprudencia, crítica literaria,...
Entrando al trapo del envite de Benito, voy a plantear la duda que me queda sobre el experimentalismo de esta obra, que podría aplicarse a otras muchas de esta "corriente": ¿es un mérito del autor, que de esta manera consigue transmitir ideas o estéticas que no sería posible hacer llegar por medios más tradicionales; o más bien una muestra de su incapacidad para urdir en una trama "clásica" todo aquello que nos quiere decir?
Dejo abierta la pregunta a la consideración de mis nunca bien ponderados colegas de blog.
(Un fuerte abrazo para Tomás. Estoy deseando volver a nuestros familiares rifirrafes).

benariasg dijo...

Entro con gusto al trapo que lanza Ignacio. Habrá novelas experimentales como cuadros abstractos urdidos por quien no conoce lo que se llama "las reglas del oficio" (expresión que ya ha tomado partido por lo que es hacer bien las cosas), pero desde luego no es el caso de Piglia. Podríamos remontarnos a obras anteriores, pero es que no hace falta, basta con recordar la primera parte que, quitando el artificio de las notas al pie de página, es bastante clásica, nada menos que una novela policial.
De todos modos, ¿qué es hoy "clásico"? Porque ya hablamos de Kafka o de Faulkner como clásicos, y son dos grandes influencias de Piglia, ninguno de los dos narra como Balzac o Dickens (por mucho que nos gusten estos autores). Por otra parte, ¿quién más clásico que Cervantes? Sin embargo, el Quijote es un batiburrillo de cuentos, discursos, digresiones, aforismos y sentencias, además de que introduce la metaliteratura y otros recursos que ahora nos parecen "experimentales".
Podríamos decir que las novelas (o mejor decir "los libros") se escriben bien o mal, al margen de que el resultado sea "clásico" o "experimental", es decir, al modo del XIX o del XVII.
En mi opinión, lo que transmite Piglia, que la ambigüedad nos rodea y que casi todo tiene varias lecturas, no cabe en el corsé de una novela con planteamiento, nudo y desenlace.

Christine dijo...

¡Pero qué manera de distanciarse de la ficción, de la trama en sí! No creo que Piglia haya estado 13 años sin escribir para hacer ahora experimentitos. Creo que ha utilizado una serie de recursos como única vía para expresar su particular visión conceptual del mundo. Por ejemplo, Luca Belladona, podríamos hacer al menos tres interpretaciones diferentes de este personaje. Entremos en la ficción. A medida que Croce y Renzi iban atando cabos, Luca se iba creciendo más y más. Quizás el autor necesitó toda una primera parte para construir un personaje un poco quijotillo y hacerlo más creíble. Cuanto más leía, en mi fuero interior más me decia, “Piglia, no me lo arrastres, Piglia, no me lo arrodilles ante la realidad, Piglia, no me lo saques de la fábrica, Piglia, que te veo venir....” ¿Y qué hace Piglia? No sólo lo saca sino que lo lleva a un juicio, a discutir de dinero, a sacar el tema de "la famiglia", a culpar a un inocente... para por último darle el toque de gracia y hacerle ver que a Judas lo llevamos todos dentro. Hasta él.
Otro día os cuento una interpretación más simbólica ésta es más fantasiosa pero no por ello menos real.

Ignacio dijo...

Continúo con mis dudas blanconocturnianas. Tanto Benito como Cristina muestran su admiración y placer al haber sido engañados por el autor, pues los engancha con una trama para darle la vuelta y arrastrarlos al final a un nuevo género.
A mí no acaba de convencerme esta, sin duda, habilidosa añagaza de Piglia. En primer lugar porque rompe mis expectativas sobre la historia. En segundo lugar, porque tengo el convencimiento de que el "mensaje" de una obra de ficción lo debe sacar el lector del análisis de los acontecimientos, y no de esa especie de "voz en off" que va dirigiendo comentarios y aclaraciones que al final no aclaran gran cosa.Paso a enumerar algunas de las dudas narrativo-dramáticas que me quedan:
¿Por qué Luca Belladona se suicida poco tiempo después de tomar la decisión de continuar con su sueño inculpando al conserje?
¿Qué pinta todo el tinglado del jockey y las carreras de caballos?
¿Por qué Croce entra y sale del manicomio a discreción?
Suponemos que el verdadreo culpable del crimen es el malvado de libro fiscal, pero más por habérnoslo presentado como un ruin que por evidencias del relato. ¿Y por qué este se empeña en culpar al conserje, si ya tenía un culpable en el jockey?
Las hermanas Belladona parecen el sueño lúbrico de un adolescente: Tienen relaciones con el mismo hombre, también una de ellas con Renzi, a la vez que finalmente se nos apunta su lesbianismo. Pero no parecen imprescindibles en la resolución de la historia.
Tengo más dudas, pero tanto estas como las apreciaciones positivas sobre la obra, que sin duda también mantengo, las dejo para una próxima ocasión.
Espero vuestros iluminadores comentarios.

Christine dijo...

Ignacio, ¿Estás haciendo como Croce para así verificar con nuestras respuestas tus suposiciones?

Christine dijo...

Ahí van unas cuantas pistas que me divierten, pero ya sabéis que tengo mucha, mucha imaginación.
Si la fábrica es un meta-símbolo, los personajes son entonces signos (al estilo Peirce y Saussure).
Si cada personaje es un signo (o símbolos ) entonces forman parte de una pansemiótica que enfrenta NATURALEZA versus CULTURA.
Pero estas ideas tan teóricas Piglia las tiene que plasmar en una historia. Por eso los personajes son tan descarnados, hay que moverlos como a fichas

benariasg dijo...

Siguiendo con lo que hemos comentado por los pasillos y recapitulando un poquito, no encuentro graves defectos en la trama argumental, ya que el narrador declara en muchas ocasiones la ambigüedad del relato y que sólo dispone de lo que ve y lo que interpreta. Pero como el propio Piglia defiende en sus ensayos, lo importante es el relato profundo, al que se alude sin nombrarlo, él es muy "de la sospecha", Piglia.
Así, a vuela pluma, me encanta el símbolo de la fábrica, metáfora de la novela, incluso de la propia novela "Blanco nocturno", del inconsciente, de este "hombre sin atributos" o más bien "en ruinas" que es el ser humano contemporáneo. También me gustan las gemelas, porque son algo más que figuras eróticas, incluso Sofía podría ser el personaje más positivo de la novela. Son ambiguas, como las figuras dobles, como el pato-conejo, como el propio padre, que aún no sé si es un malvado o un Edipo dividido.
Pero sobre todo me gusta la Forma de la novela, y esas últimas cien páginas que seguro releeré pronto, porque son un ejemplo de lo que prefiero en la narrativa contemporánea, su tendencia a la mezcla de narración y ensayo(al estilo de Sebald, Kundera, Coetzee y algunos otros). Para escribir esa segunda parte, en mi opinión, hay que ser un gran narrador, un clásico, y un gran ensayista al mismo tiempo.

Tomás Cuesta dijo...

Hace ya tiempo que este hilo está maduro, y casi inactivo, pero ya que he leído el libro escribiré algo. Los tres comentaristas habéis cubierto tantas aristas, y tan bien, que no queda nada que decir, esa es la verdad. Tentado estoy de hacerme además un borrador o un esquema, de tantas cosas que habéis dicho.
Lo primero que pienso es que los tres tenéis razón en vuestras apreciaciones, y que además de fondo se está entreviendo un interesante debate sobre el arte de la novela. Bravo en ese aspecto en especial a Benito, que es el que más se moja: porque da nombres.
Mi posición es casi equidistante entre lo clásico y lo posmoderno, o eso quiero creer, pero vira un poquito más hacia lo clásico. Por eso, como Ignacio, no abandono ciertas reticencias al final de la lectura del libro. Creo que hay algo que no está bien finalizado, bien cerrado, en la propuesta metaliteraria. Si lo comparamos con Coetzee o con Kafka (en otro sentido), Piglia sale perdiendo. Seguramente porque tiene más clara la teoría que la resolución práctica, la verdad. Y no es, como se ha sugerido en el debate, porque no maneje la práctica narrativa. Es más bien lo contrario.
Que maneja la técnica de mostrar y desarrollar un argumento y una atmósfera lo ha demostrado precisamente en las primeras cincuenta páginas del libro. Tienen una desenvoltura magistral, las frases son redondas, llenas de líneas paralelas que se van enriqueciendo más y más conforme avanzan los párrafos. Prosista y arquitecto, conocedor de todos los trucos del XIX y de la literatura sudamericana de mitad del pasado siglo, todo en uno. Lo que pasa es que luego le puede la teoría.
Supongo que no voy a deciros nada que no sepáis, pero Piglia tiene unos consejos para escritores (de cuentos en particular) que lee todo escritorcillo aficionado (mea culpa) y en los que insiste en que un buen relato tiene que contar dos historias y además la segunda tiene que estar escondida, encriptada, en la primera. Y pone ejemplos decimonónicos de esta tesis.
En este sentido, cuando Croce, sin duda el gran personaje de este libro, afirma que tiene frases que le vienen al pensamiento como si alguien se las dictara, en la primera parte del libro, Piglia me conquista: porque claro, Croce es un personaje y Piglia le pone esas frases en el pensamiento...(perdón por explicarlo, eso es justo lo que según Piglia no se hace).
Lo que ocurre es que en la segunda parte eso mismo es demasiado evidente. Piglia casi nos está diciendo: mirá (en gaucho), tengo una teoría literaria y te la voy a contar. Y a mí me gusta más que me la muestre en acción, no que me la cuente.
Con todo, la fábrica (esa mezcla de El Castillo y El proceso) rezuma Kafka, no hay duda, y mantiene la dignidad literaria hasta el final. Y Cristina está armada de razón cuando rastrea símbolos, signos, semiótica. Pero precisamente esa apertura de la obra (sí, Eco) me parece desacertada, porque relativiza el peso del texto, incluso del proyecto creador del autor (así que al final soy más moderno que posmoderno). Pero creo que por aquí lo voy a liar más, porque estoy a punto de escribir logocéntrico, y lo siguiente será Derrida o Barthes... uf.
Quería decir otra cosa, pero como no me he hecho un esquema y no lo he puesto en orden, lo suelto ahora: las hermanas Belladona no me convencen para nada. Firmo lo de Ignacio y la lúbrica adolescencia. Al comienzo tiene gracia la puesta en escena, que es redonda (!!) en cuanto a desdoble de personalidad etc. Pero son de cartón piedra, qué queréis que os diga. Y que conste que lo dice uno (mea culpa again) que no sabe crear un personaje femenino y siempre se imagina a Doris Lessing o a la Mansfield hablando, según el caso.
Y otro cosa, maravillosa la ambientación de la pampa (geografía, diálogos...) enriquece la historia hasta el final (hasta el "eso fue todo" o algo parecido con el que si no recuerdo mal se baja el telón).
¿Qué papel le darán a Ricardo Darín?

Ignacio dijo...

Seguro que todos recordáis una de las desternillantes escenas de la película La vida de Bryan, en la que van a lapidar a un pobre hombre que había nombrado a Jehová ante un exquisito plato de bacalao. Cuando el sacerdote explica por qué lo condenan, inevitablemente, cita también el nombre prohibido, con lo que a su vez es apedreado, así como todos los que lo nombran tratando de explicar que ellos no son blasfemos.
Este pasaje me lo ha recordado la graciosa referencia de Tomás a la palabra “logocéntrico” (imaginaos a la plebe, nosotros, gritando: lo ha dicho, ha dicho logocéntrico).
Creo que Tomás pone el dedo en la llaga (según el evangelio de san Juan, creo) señalando el problema que presenta la obra de Piglia, y que me dejó ese desconcierto que torpemente traté de reflejar en mi anterior comentario: no se puede a la vez teorizar y practicar, nombrar algo a la vez que afirmas que no lo estás nombrando, sólo extrayendo sus consecuencias, en este caso narrativas.
Sólo dos comentarios más a las palabras de Tomás:
Primero mis condolencias ante tu declarada incapacidad de pensar personajes femeninos diferentes a Doris Lessing o a la Mansfield hablando, con lo que hay por ahí. (Dedicado a Pilar y a su no muy alta consideración sobre nuestros poco edificantes comentarios anteriores de algún personaje femenino)
Por último, en respuesta a la pregunta con que cierras el texto, pienso que Ricardo Darín, al que admiro, haría muy bien el papel de casi cualquiera de los personajes, excepto el del jockey y el del mulato, por razones obvias; pero el que clavaría sin duda es el de las mellizas, dado que la aportación de estas a la historia es fundamentalmente logocéntrica (maldición, ya lo he dicho).

Christine dijo...

Si no recuerdo mal, pues el libro se lo he pasado a Pilar, Piglia divide sin engaños su libro. Hay dos partes muy diferenciadas y ¿quién es el puente entre las dos? SOFÍA que justo al final de la primera parte le dice a Renzi algo así como "ven que te voy a presentar a mi hermano" Y aparece en escena Luca, el visionario, el inadaptado, el creativo, mi locuelo...el mundo de los símbolos, la otra realidad, el pecado original con el que cargamos desde el momento en que aprendemos la primera palabra como símbolo y empezamos con los mundos paralelos.
Luca no tiene un sueño, tiene un mundo conceptual que no le cuadra en la descarnante realidad de la Pampa y como no juega o no sabe jugar,
pierde.
Más cosillas, con cierta información que ha proporcionado wikiTomás, me están cuadrando los números con ciertos conceptos cabalísticos que hasta ahora no había mencionado...

benariasg dijo...

Se ha concedido el Premio Nacional de la Crítica en la categoría de Narrativa a Blanco Nocturno.

Noticia en El País